Empezamos este post con un título un poco clásico para esta época del año pero es que expresa muy fielmente cómo nos sentimos tras el verano. Ahora toca retomar la jornada completa de trabajo, volver a ponerse las botas de invierno y, en general, poner en marcha los proyectos en los que hemos pensado estos meses. Porque, realmente, el año empieza ahora y no en enero. Ahora es cuando uno se apunta al gimnasio para intentar "amortiguar" los excesos estivales, es tiempo de estudiar esos idiomas en los que nunca nos acabamos de sentir "bilingües", etc.
Para endulzar esta vuelta a empezar, tenemos el propósito de contaros, post a post, cómo nos han ido los viajes veraniegos e incluso los viajes de víspera del verano.
Ya sabéis que nuestra religión patatera nos impone viajar al menos una vez al mes y como somos buenos creyentes, cumplimos con ello. En estos meses de julio y agosto tuvimos ocasión de continuar explorando Transilvania.
El calor apretaba en Bucarest cuando una tarde de viernes cogimos uno de los modernos trenes que circulan por nuestro país de adopción para dirigirnos a Sighișoara. Tras solo unas cinco horas de viaje y unos 220 kilómetros más a nuestra espalda, llegamos a esta perlita de los Cárpatos.
Y aunque nos encanta ironizar, lo de perlita no va con segundas, puesto que es una ciudad encantadora. Además, parece ser que la diosa fortuna estaba de nuestro lado y encontramos el lugar engalanado, con mucha propiedad, para celebrar una feria medieval (www.sighisoaramedievala.ro).
Su centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1999, estaba adornado por pendones y banderas. Había damiselas y caballeros por cada rincón de la ciudad. Donde además se podía disfrutar de cerveza, comida y especialidades de la zona.
Como detalle curioso, decir que de allí procede Drácula o, más bien, el hombre que inspiró a Bram Stroker: Vlad Tepes. De hecho, aún se conserva el edificio en el que nació, reconvertido a restaurante.
Otros puntos de interés del casco antiguo son su ciudadela medieval, la torre del reloj, la iglesia del monasterio dominico, Piaţa Cetăţii, los 172 escalones de la escalera cubierta (aunque para escaleras duras las de la Fortaleza de Poenari, pero eso os lo contaremos en otro post), el cementerio alemán (no olvidemos que es parte del País Sajón rumano), etc.
Como ya sabéis que nos encanta la buena gastronomía y que nos mimen, no podemos olvidar hablaros de la Pension am Schneiderturm, una casita rural más que recomendable si decidís pasaros por esta ciudad. Con un dueño amabilísimo, te alegran la mañana con un rico y completo desayuno compuesto de productos ecológicos y artesanos de la zona: quesos, embutidos, zumos, mermeladas, miel, bizcochos, etc. Hemos de decir que la mejor gastronomía de Rumanía la descubrimos en la región transilvana.
Ese viaje lo cerramos muy "draculianamente", pues de allí nos marchamos rumbo al castillo de Bran. Aunque de renombre mundial, la verdad es que no es ni comparable al castillo de Peles (Sinaia). Su interior está peor conservado, cuenta con menos mobiliario y adornos aunque, por supuesto, es visita obligada en el país. La zona en la que se encuentra parece un parque temático muy simple. No es para dedicarle más de media mañana.
Y por esta noche nos retiramos, pues el sueño acucia y el hambre aprieta.